30 sept 2010

SOLO UN ABRAZO



No era un día más, Marta ese día cumplía 50 años, “casi nada, media vida” se decía ella.
Eso sí, su gran día había comenzado muy temprano, mucho mas de lo normal, ya que había que limpiar y recoger la casa para que todo estuviera perfecto durante la cena con que celebraría su cumpleaños con la familia.
Debía ponerse ya a preparar las biandas con que iba a agasajar a sus invitados: de primero una crema de nécoras, segundo merluza rellena, tercero solomillo con guarnición de setas y de postre...haría una tarta de queso con mermelada de arándanos, “¡muy original para un cumpleaños!, y con las velas con el número 5 y el 0 que había comprado en tonos morados, quedaría muy divertida”.
Mientras ponía a cocer las nécoras, preparaba el relleno para la merluza, dejaba cortadas las setas y el solomillo, pensaba en sus regalos... con que la sorprenderían ese año.
Su marido, Juan, le traería un bonito ramo de rosas y alguna joya, algo que había hecho durante los últimos 30 años en las grandes ocasiones. Aun recordaba cuando le regaló una delicadísima medalla para el día de la madre, al coincidir este con el nacimiento de su segunda hija, María. El hombre estaba tan nervioso que no sabía que hacer, se lo daba, al tiempo la abrazaba como si quisiera adherirla a su piel para siempre, miraba a la niña en su cunita dormir, la soltaba, le volvía a acercar el regalo, y otro abrazo, eso sí, las que terminaron muy mal paradas fueron las rosas, que para ese día, como no, habían sido de un dulce color rosa. ¡Cuanto tiempo!. Y sus detalles habían sido los mismos en estos años, pero algo había ido desapareciendo de esa escena... los abrazos.
Bueno, las necoras listas para reposar y hacer la crema, la merluza rellena y en el horno, y los ingredientes de la tarta en la batidora, había que seguir...
¿Y José?, que se le habría ocurrido esta vez. Desde que nació había sido una cajita de sorpresas; su nacimiento se adelantó casi dos meses... se negaba a caminar cogido de la mano, y de repente un día se puso en pie y vino caminando hasta el sillón donde ella le tejía una bufanda... no quería hablar con catorce meses, y un día empezó a pedir las cosas que le interesaban con una naturalidad, como quien lo ha hecho desde hace años.. Y así había sido durante los 18 años que ya lucía ese guapo muchacho de 1,80 de alto y delgado (“como si no tomara nunca un caldo soplao”, como decía su abuela). Para los regalos era igual... el día de su Primera Comunión, cuando terminó de recibir sus regalos, sacó de su bolsillo un paquetito y se lo dió a Marta. Le regalaba una pulsera de cuero donde habían grabado “a la mamá mas cansada del mundo”; a Marta le entró una llorera que el calmó a base de besos y abrazos y le prometió que nunca volvería a celebrar nada porque ella terminaba agotada y triste. Y mas besos y mas abrazos. Cuando hicieron su graduación de Secundaria, nada mas recibir su título, salió corriendo hacia su madre y la abrazó delante de todo el mundo diciendo:”es mi madre y se lo merecía”. Desde ese día esta actitud fue a menos, ¡que vergüenza, que sus amigos le vieran abrazar a su madre!, cosas de la edad, eso sí los regalos y sorpresas se iban refinando.
La crema apartada del fuego, a la merluza le quedaban unos minutos, y la tarta estaba en la nevera reposando para poder desmoldarla mas tarde. Iría a poner la mesa.
María era casi transparente, y a sus 16 preciosos años, sus ojos azules brillaban cada vez que tentaba a Marta para “no decirle” cual iba a ser su regalo. Pero como era tan desordenada, había encontrado varias referencias a lo que había elegido: revistas con fotografías de pulseras de Pandora, una página de internet con abalorios para las pulseras, … Pero siendo como era de detallista seguro que cada abalorio tendría su cartelito donde le explicaría la razón por la cual lo había elegido. De niña se pasaba la vida entre sus brazos, al salir de casa, cuando llegaba de la calle, cuando se levantaba de la mesa, cuando se iba para la cama.. y lo que recordaba Marta con mas dulzura era cuando de madrugada se pasaba a la cama de sus padres y se acurrucaba a su lado, abrazándola con sus bracitos y así se dormía hasta la mañana. Que lejos quedaba aquel calorcito.
La mesa lista, lo mejor sería recoger la cocina, que pronto llegarían todos. Habían salido a tomar algo mientras ella se encargaba de todo “y así no la molestaban”.
Sus padres, Ricardo y Elena, habían sido siempre dos personas muy trabajadoras, que habían luchado por sus 4 hijos en momentos muy duros y que no habían escatimado esfuerzos para darle todo lo que necesitaron, además de estudios, viajes... pero si de algo habían pecado siempre era de autoritarios, y distantes, ellos lo justificaban con que no tenían tiempo, pero lo cierto es que los abrazos los vendían caros. Su regalo, sería sobre todo “práctico”.
Todo listo. Tan pronto como llegaran les pondría unos aperitivos mientras acababa de hacer las setas y el solomillo, y todos a la mesa.
Eran ya las 9 de la noche y estaba francamente agotada, pero “debía disfrutar de la celebración con que iban a agasajarla”.
Oyó la puerta y María a gritos le dijo: “Mamá, ya estamos aquí, y tenemos un hambre” unos se dirigieron directamente al comedor, y tan solo su madre, Elena se acercó a la cocina para comprobar que todo estaba listo.
Marta llevó las bandejas con aperitivos a la mesa y regresó a la cocina para terminar de hacer la cena, los demas comenzaron a dar buena cuenta de todo, mientras tomaban un vino esperando el banquete.
Ella en la soledad de su cocina, se sintió como la Cenicienta del cuento... pero no tenía derecho a quejarse, seguro que le esperaban momentos muy bonitos esa noche, y tal vez algún abrazo.
Con la cena lista, Marta no paró de dar mil y un paseos de la mesa a la cocina para cambiar platos, traer fuentes, y a ratitos podía escuchar las conversaciones que la rodeaban: futbol, la tarde en la piscina, las amigas de la partida de la tarde.... y cuando por fín llegó la tarta y el café, sintió un gran alibio, su jornada laboral había terminado (bueno, mas o menos). Le cantaron el Cumpleaños feliz, le dedicaron un caluroso aplauso y todos a por el postre.
Y llegó el momento de los regalos: Juan un ramo de rosas azules y un anillo con un agua-marina precioso, que Marta recogió directamente de la mesa mientras el observaba desde su sillón; José le regaló el último libro de su autora favorita, se lo entregó en mano y le acarició el brazo como haría el Rey a un Consul; María la pulsera de Pandora, dos abalorios con bebes (niño y niña), otro con alianzas entrecruzadas, una casita, un coche... y así hasta diez con lo que ella creía que tenía su madre en la vida... todo menos un corazón, cada vez que su madre habria un paquetito lo cogía y se lo iba a enseñar a los demás invitados a todo correr; y como no el regalo de Ricardo y Elena una “practica” agenda electrónica, que tenían depositada en la mesa, justo al lado del ramo de rosas de Juan.
Todo era precioso, todo era de muy buen gusto, todo la ilusión que habían puesto al elegirlos, lo agradecidos que estaban de ver su cara de satisfacción, lo mucho que les había gustado la cena que había hecho....
De pronto se dieron cuenta que Pipo arañaba la puerta del jardín, era su perrito de aguas, que mas que pequeño era diminuto, y como era tan nervioso habían castigado afuera, pero empezaba a estar harto de tanta soledad. María fue corriendo a abrirle, y Pipo dando una de sus habituales carreras, una pirueta, mas que un salto, y en brazos de Marta comenzo a darle mil y un besos en la cara en las manos, se acurrucaba en su regazo y volvía a darle besos....
Marta no pudo mas y una lágrima se escapó de sus ojos... por fin alguien la estaba demostrando afecto, la besaba y la abrazaba, y ni se cansaba, ni le daba vergüenza.

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